“De pseudónimos y realidades” de
Elisabet Jiménez
Entré de las primeras, estaba
ansiosa por conocer todo sobre su trabajo, sobre su libro y sobre su vida.
Aunque poco me quedaba por averiguar ya, salvo su identidad. Era sabido, que
Marlon W, era un pseudónimo blindado que escondía muy bien a la persona que
había tras aquella carrera imparable; con cinco títulos superventas en su
haber, traducidos a varios idiomas y con números de ediciones astronómicos.
Marlon era el sueño de toda escritora; de hecho, las especulaciones eran de lo
más variopintas. Que si era un autor muy famoso de género dispar; que si eran
manuscritos encontrados sin dueño y de los que se había apoderado una
editorial, nadie fisico ni concreto. Cada año en que era publicado un libro,
eran meses de conjeturas y habladurías. Yo siempre intuí que era una mujer, por
la forma de escribir y por conocer tan bien el funcionamiento, y porqué no
decirlo, la ilógica de nuestros pensamientos.
Así pues, con la película del
primero de sus libros a punto de estrenarse, se decidió a abandonar el
anonimato. Sus fans éramos las primeras en estar ahí para recibirle. Para
averiguar quién se escondía tras esos textos llenos de sentimiento, impregnados
de verdades y de todo aquello que callamos desde pequeñas.
No podíamos creer que hubiera
elegido nuestra ciudad para presentarse, para salir a la luz. Era un sueño.
Había pocos pases, la sala era pequeña y estaba ocupada casi en su totalidad
por la prensa. En realidad, iba a dar una rueda de prensa y a presentarse en
sociedad. Aunque, misteriosamente, a mi me llegó la invitación directamente por
correo electrónico desde su editorial. Conmigo siempre había sido muy cordial,
hablábamos desde sus perfiles de facebook y twitter. Eso, o sus community
managers hacían muy bien su trabajo.
Cuando salió al escenario y lo vi,
quise desaparecer, hacerme pequeña. No era una mujer como pensaba. Era un
hombre. Uno alto y rubio, con ojos marrones de profundidad inexplicable, labios
carnosos y sonrisa sincera. A punto de llegar a los cuarenta, aunque no
aparentaba más de treinta. Cruzamos las miradas y no pude sonreír porque mis
músculos no obedecían. Él sí que lo hizo, directamente a mi y durante ese
instante el mundo dejó de girar.
Apenas atiné a escuchar aquello que venía a contarnos, ni las respuestas hábiles a los periodistas, ni sus futuros proyectos. No atendí tan siquiera cuando hablaron del nombre de la protagonista de sus novelas, que curiosamente coincidía con el mio. No pude escuchar apenas nada, porque mi mente estaba anclada en el pasado, había vuelto a los años de instituto, en concreto, al primer año.
A una chica soñadora y algo
tímida, llena de complejos que se escondía tras su libro para no tener que
hablar. A un chico introvertido al que había que prestar mucha atención para
adivinar sus palabras. A apellidos correlativos que nos obligaron a compartir
pupitre, tan solo separados por un palmo. A la coincidencia de estar leyendo el
mismo libro, jamás olvidaré “La soledad de los números primos”. Al primer
trabajo en equipo. A las risas y bromas que solo nosotros entendíamos. A
miradas cargadas de intenciones. Al primer beso furtivo, casi robado. A
volvernos inseparables, a manos enredadas que escondiamos de los curiosos. A la
decepción tras una última llamada. A no volver a saber de el hasta años
después, que aparecia sentado detrás una pila de libros.
Sus libros descansaban a mis pies
a la espera de una dedicatoria. Las cinco ediciones de lujo que me había auto
regalado para mi cumpleaños, que era la fecha de lanzamiento de cada uno. Ahora
entendía tantas coincidencias.
Al terminar la presentación y
comenzar la ronda de firma, se formó una interminable cola que llegaba hasta la
calle. Me levanté aprovechando el tumulto arremolinado frente a él y abandoné
la sala silenciosa. Un chico, acreditado como su representante, me agarró la
mano antes de alcanzar la calle. Su cara me resultó muy familiar. Traía mis
libros y un sobre en color lavanda, mi color preferido, con mi nombre
caligrafiado. Era su letra, la Enzo.
―India, soy Cristo, el marido de
Enzo ―dijo mirándome a los ojos.
Agarré el sobre, mi bolsa y salí
de allí precipitadamente.
Fue entonces cuando comprendí,
aquella última llamada de hacía veinticinco años y porque no volví a ver a Enzo
ni a su mejor amigo Cristo nunca más.
Un relato de la escritora Elisabet Jiménez.
¿Quieres leer Una charla con Eli? bit.ly/EliJim
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Blog: De lo amargo del café-
4 comments:
Ooohhhhh!!!!espectacular!!!me ha impresionado!!
Ooohhhhh!!!!espectacular!!!me ha impresionado!!
Me llamó mucho la atención cuando leí, Carmen. Es bonito :)
Mil gracias a las dos, por acompañarme siempre. Muacks!!
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