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Barraca valenciana. Fuente:Valencia Antigua. |
Reseñaba anteriormente este libro comenzando con una breve
queja hacia esa manía española de creer que lo bueno siempre viene de fuera.
Solemos leer narrativa extranjera y nos
quedamos perplejos con esa forma de contarnos las cosas que nos llega tan
adentro. Alabamos a esos autores como lo mejor de la literatura, y los leemos, aquí
entono MEA CULPA, convencidos de que sólo ellos saben escribir así… y muchas
veces no nos damos cuenta de que nuestras letras esconden la misma destreza.
La barraca es la obra perfecta de Blasco Ibáñez, aunque
muchos dirán lo contrario. Es esa obra que aúna la preocupación por los temas
sociales del momento, sociedad valenciana de finales del XIX, con la belleza descriptiva. Nos cuenta esta novela
corta la vida, dura, muy dura, de la gente que trabaja la tierra. Una tierra
prestada que ni siquiera era del labrador, obligando a pagar arrendamiento a
los propietarios, y dependiendo del resultado de la cosecha.
Y es esa mala cosecha la que desencadena el principio de la
obra contando cómo el agricultor enloquece tras prohibirle trabaja esa tierra
que casi considera suya. Enloquece al quitarle su sustento alguien a quien no faltaba
nada. Y enloquece hasta matar.
Tras el crimen cometido por el Tío Barret, sus vecinos
deciden que nadie más cultivará esa tierra, pero... ¿qué pasa cuando un hombre
honrado viene a trabajarla? ¿Hasta dónde son capaces de llegar sus vecinos por
imponer su justicia?
Esa es la cruel historia de Blasco y su Barraca. La de unos
vecinos que se empeñan en su justicia inventada. La de una sociedad lleva de
diferencias de clase. La de la ausencia del apoyo al prójimo. Y son los problemas
sociales los que guían a Ibáñez en relato, sí, pero no le apartan de un
lenguaje literario lleno de metáforas y descripciones que embellecen la novela.
Un lenguaje sencillo, repleto de figuras y descripciones exquisitas. (Qué
bonito cuando se usa bien un lenguaje tan rico como el nuestro). Y es que es “La
barraca” descripción; descripción de
lugares y gentes de paisajes y comportamientos, de maldad y resignación. Una
obra ruda que en ningún momento deja de ser bonita, y ahí tenemos la genialidad
de este escritor capaz de hacernos llorar mientras nos enseña la huerta, capaz
de retorcernos las entrañas mientras sus pájaros alzan el vuelo, capaz de mostrarnos
la bondad que llega tarde, el rencor que llega siempre puntual y el color de la
luz sobre la cosecha en un mismo párrafo.
Lee, subraya, vuelve a leer, llora, emociónate, piensa, enfádate…
Que los buenos escritores nos hacen cerrar el libro y seguir leyendo.
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