He vuelto a las páginas de La elegancia del erizo de Muriel Barbery no sin cierta pereza, lo reconozco. Tenía un recuerdo un tanto ambiguo de mi primera lectura. Un no pero sí (que es muy diferente de un sí pero no). Sin embargo, esta segunda lectura, aunque ha dejado un posito de no en el fondo de la taza, ha sido todo un acierto. Me he adentrado en sus palabras con mas calma, es lo que tienen las segundas lecturas, que una ya sabe lo que pasa y no se acelera de la misma manera.
La elegancia del erizo nos
presenta a dos protagonistas que tienen aires de antagonistas sin llegar a
serlo. René, portera madura y culta, y Paloma, una niña superdotada con mentalidad
adulta.
La autora, exprimiendo al
máximo a sus personajes y en un único microescenario, el parisino inmueble burgués
en el que ambas viven, nos lleva por una historia que es un tributo a las cosas
pequeñas, un café con una asistenta a la que tratar de usted, la observación
del movimiento más leve, o la tranquilidad de sentarse en el sillón con un
libro entre las manos.
Y es que estos personajes empapan
al lector de pura vida. Pero no de esa vida tan de hoy de día de hacer y hacer
y hacer. NO. De esa otra vida, la de la reflexión, la de la admiración de la
belleza porque sí, la del arte y la literatura. La de detenernos. STOP. Mire
aquí. Contemple. Disfrute.
La elegancia del erizo está llena
de literatura, cine, arte, belleza (hasta su prosa es bella)
“Sobre
todo no hay que olvidarlo. No hay que olvidar a los viejos de cuerpo podrido,
los viejos a dos pasos de una muerte en la que los jóvenes no quieren pensar
(confían a la residencia de ancianos la tarea de llevar a sus padres a la
muerte sin alboroto ni preocupaciones), la inexistente alegría de esas últimas
horas que tendrían que disfrutar a fondo pero las pasan en el tedio y la
amargura, rumiando los mismos recuerdos una y otra vez. No hay que olvidar que
el cuerpo se degrada, que los amigos se mueren, que todos te olvidan, que el
final es soledad. No hay que olvidar tampoco que esos viejos fueron jóvenes,
que el tiempo de una vida es irrisorio, que un día tienes veinte años, y al
siguiente ya son ochenta.”
La
trama de este libro es secundaria, aquí lo que importa son las palabras de René
y Paloma, y su visión de la vida. Dos perspectivas opuestas para una visión
común.
La
lucha de clases mostrada desde dos puntos de vida diferentes, la de una portera
que tiene tan asumido el discurso de la inferioridad social que se hace pasar por
inculta porque es como se debe comportar una portera, y la de la niña que lo
tiene todo y pese a eso es completamente infeliz. Qué inteligencia la de Barbery
enfatizando la desigualdad con tanto humor y fina ironía.
“Me
llamo Paloma. Tengo 11 años. Vivo en la calle Eugéne Manuel, en París, en un
piso de ricos. Mis padres son ricos, mi familia es rica y mi hermana y yo somos
virtualmente ricas. Pero, a pesar de eso, a pesar de tanta suerte y tanta
riqueza, desde hace mucho tiempo, sé que el destino final es la pecera. Un
mundo donde los adultos chocan como moscas contra el mismo vidrio.”
Pero
esta obra es aún mucho más. “La elegancia del erizo” es un acercamiento sencillo
a la filosofía, la autora, Muriel Barbery es profesora de filosofía y
eso se nota. Al leerlo es inevitable reflexionar sobre el futuro, el tuyo y el
del mundo, el sentido de la vida, la lucha de clases… Me ha encantado volver a
esta novela, y aunque un poso de NO ha quedado ahí, volveré a leerlo con el
paso de los años. Y el posito de NO me lo guardo, que no quiero amargar este dulce
por ser yo un poco rara literariamente hablado.
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