Los Miralles |
Es difícil, casi imposible, salir airosa de la labor que hoy me impongo, reseñar una novela cuya lectura dejó un poso de majestuosidad en mi entramado lector. Es difícil, digo, casi imposible, reitero, porque esta ópera prima de Kike Cherta, (sí, queridos lectores, estáis leyendo bien, ópera prima) deja anonado por su trama y por su forma.
Muchos de vosotros, la inmensa mayoría, apuntaría, me seguís desde hace años y sabéis que soy esa lectora a la que la trama le da igual. Lo importante no es qué me cuentas, sino cómo me lo cuentas. O era. Lo importante, digo. Porque sumergirme en el universo de «Los Miralles» me ha hecho plantearme cosas que daba por sentadas. Y es que en este libro tanto el qué, como el cómo e incluso el cuándo, son puro chapó.
Y empecemos por el qué sin profundizar en demasía, hay cosas que el lector debe descubrir por sí mismo, ahí se esconde la magia de nuestro vicio. Imagínate por un instante que tu familia es la encargada, o al menos eso cree, es la elegida, al más puro estilo bíblico, de proteger el árbol del bien y del mal. El manzano con nombre propio culpable de nuestros pecados. Y tú creces así, pensando que una simple manzana puede desencadenar de nuevo la ira de Dios.
Esos son Los Miralles, una familia peculiar llamada a protegernos del fin del mundo. Iba a usar «insólita familia», pero no. Quizá, a fin de cuentas, y pese a la exagerada sátira que la novela transmite, no es tan raro encontrar fanatismos semejantes transmitidos de padres a hijos hoy en día.
¿Y el cómo? Cherta se mueve como pez en agua entre palabras. Pese a ser un autor joven, se le nota que ha leído mucho y muy bien desde las primeras páginas. La novela está escrita de manera admirable. Con poderío. Derrocha inteligencia en cada párrafo. Y es que el autor consigue que seiscientas páginas parezcan pocas gracias no solo a la sencillez de su lenguaje sino también al refinado sentido del humor que se marca el escritor. Carcajadas, lectores míos, carcajadas. Este sentido del humor es tan notorio que una duda al comenzar a leer si va a ser capaz de aguantar el tirón a lo largo del libro. Seré sincera, pensé desde el principio que no lo iba a conseguir. Es un libro gordo, una primera novela, una trama tan brillante como arriesgada. Tenía que desinflarse en algún momento. Me falló, humildemente lo reconozco, la intuición. Tanto ese lenguaje de tú a tú como la disparatada historia soportan sin problema el paso de páginas. Y no solo eso. Es que engancha. Lo sé, te estalla la cabeza. ¿Cómo va a engancharte la historia de una familia cuyos miembros están abducidos por un fanatismo religioso inexplicable, un manzano y dos casas llenas de primos que se casan entre ellos? («Gabi era— y por fuerza todavía es— de voluntad escasa. De entendederas limitadas. Un poquito lelo vaya. Que es lo que pasa cuando tu mujer también es tu prima, no sé si me explico») Pues engancha. Lo consigue Kike Cherta con un manuscrito trabajado, revisado, corregido y vuelta a empezar. «Los Miralles» no se ha escrito en seis meses, me arriesgaría a decir que ni en seis años, pero eso ya es fabular.
La intencionalidad del autor queda clara: que quien le lee, extrapole. Nos habla de fanatismo, evidentemente religioso, pero ¡ay! fanatismos hay tantos… nos cuenta la influencia, para bien o para mal, de la familia y ese poso que nos deja. Porque familia hay una y eso lo llevas dentro. Nos habla de la huída y el retorno, de la difícil rotura de cadenas ancladas. De patriarcados y matriarcados. Nos habla de tantas cosas que solo puedo recomendar su lectura con la seguridad de que nadie quedará indiferente. Porque pese a ese toque de farándula, la obra adquiere una profundidad casi inexplicable.
Dejo aquí un pequeño fragmento con la esperanza de que me hagáis caso. Que me lo hacéis. Lo sé.
«Hay recuerdos que bucean por debajo de otros recuerdos.
Recuerdos que se superponen a los monólogos interiores, a los razonamientos de bachiller, a las listas de diez motivos a favor, diez motivos en contra. Hay recuerdos que han sabido destilarse sin prisas, año a año entremezclándose con el mejunje esencial que da forma a lo que somos. Recuerdos que resumen una vida. Pequeños instantes de nuestra infancia y de nuestra adolescencia y de nuestra juventud que sobreviven en lo más hondo de nuestro interior— inmaculados, agazapados, temblorosos—, Aguardando el momento para salir a flote y desarmarnos.»
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