Título: Crédito 

Pseudónimo: América Exprés 


El porqué reservé en un restaurante de lujo cuya cuenta no podía pagar es algo que nunca sabremos. El exceso de copas, platos y cubiertos me pone nerviosa. Madre me mira complacida, qué bonito, Hija. Padre no. Padre entró en el mundo de élite por la puerta de atrás y desde entonces analiza todo por encima de hombro ajeno. 

Va a venir Carlos, digo con falsa mueca. Y, pese a la sorpresa de todos, incluida yo, Carlos viene. Es más guapo que en su foto de perfil de la app. La primera vez que Padre y Madre le ven, la primera vez que yo le veo.

Se sienta encopetado tras saludar con protocolo a mis padres. Vaya, pienso, seguro que Carlos sí puede pagar esta cuenta. Y comienza, como miembro antiguo de familia rancia, una aburrida conversación sobre valores de mercado. A Padre le encanta. Le gusta tanto que finge entender de lo que habla dándose una importancia intelectual que no posee. Es lo que tienen las puertas de atrás, que te sitúan en el lugar correcto con las cualidades equivocadas. 

Carlos habla de mí como si me conociera. Está compartiendo con mis padres facetas que no he desvelado al concertar esta cita. Me ha investigado. 

Toqueteo el tenedor de manera compulsiva mientras escucho. Soy como Padre, no entiendo nada y finjo poses que no me corresponden. Su mano en mi muslo y mi respingo. 

Madre nota mi tensión y aprieta levemente mis dedos. Madre presiona la mano, Carlos la parte alta de mi pierna. Demasiado empuje para un cuerpo tan frágil como el mío. 

Decido mirar la carta. Más presión. El menú degustación es de ciento ochenta y cinco euros por persona. Comento esperanzada que hay demasiados platos. Son de poquito, su sonrisa me atraviesa. La de Padre me recuerda que, una vez más, me he equivocado.

¡Ah! Pues sí son poquito, digo, pagar el sueldo de un mes por no comer, pienso. ¿Desde cuándo os conocéis?, dice, un par de años, contesta, en ese cóctel, añado. ¿Vivís juntos?, sorprendida. No, pero viviremos, ahora la sorprendida soy yo. 

Mantiene la conversación con naturalidad mientras su mano oprime de nuevo mi muslo. Me mira divertido al tiempo que saca un brillante y cursi sobre beige. Para eso esta comida, digo. He decido seguir la corriente. Jugar al lujo y al futuro perfecto por un día no está tan mal.  

Extiende el sobre hacia Padre pidiéndole, no sin cierta sobreactuación, la mano de su hija. Toma ya. El roce de su mano en mi pierna me da el impulso necesario. Perdonad la tardanza, me excuso, queríamos estar seguros. Esta buenísimo todo, ciento ochenta y cinco por cuatro más el vino. Resisto la tentación de mirar el wallet en el móvil. Ya está hecho. Me caso, digo besando su mejilla, conmigo, responde. Con Madre feliz  y Padre receloso llegamos a los postres y al champán, ciento ochenta y cinco por cuatro, más el vino, el café y el espumoso. Un sueldo entero bien vale la fortuna del momento. 

Es la hora, debemos apresurarnos para no llegar tarde, querida. Tenemos mucho que preparar. Padre saca la cartera, hace gesto de pagar. Mi mano le frena. Deja, papá, hoy pago yo, digo posando la negrura de mi visa sobre la bandeja de plata del Savoine.

Hoy, 21 de diciembre, comienza lo que será, sin duda, un invierno muy extraño.

 

Un texto de Rita Piedrafita Tremosa