Seguramente el gran valor de esta novela radica en que está muy bien escrita, sin fallos, respetando las directrices de la novela negra debe tener.
Parte la historia del descubrimiento de un cadáver, cómo si no, en un trastero cualquiera de un edificio de Madrid, 20 años después. El perfecto estado de conservación es lo primero que sorprende al lector. Y a partir de ahí la novela discurre de manera amena y sencilla. Un policía expulsado del cuerpo que vuelve a la escena del crimen por su pericia, unos personajes envejecidos casi más por la vida que por los años que vuelven a recordar una época gris de un Madrid que intentaba despuntar durante la transición, y el propio Madrid que es decorado y telón de fondo al mismo tiempo son los encargados de guiarnos para descubrir poco a poco, según el propio comisario, con el método de la cebolla, ir quitando capas hasta llegar al bulbo central, quién mató a esta mujer checoslovaca.
Si una piensa en la novela tal vez el asesino no tiene ninguna importancia, es más significativa la narración de un modo de vida durante la transición, los comportamientos de sus gentes, su corrupción y los desfases propios tras una época de represión, todo ello contado sin profundizar y aderezado con un toque de picaresca española. ¿Qué más se puede pedir a un libro?
Una novela para leer un fin de semana al aire libre... Si nos llega el buen tiempo.
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