Inteligencia artificial corazón

¿Hace cuantos años que murió la navidad? Debió ocurrir tras el tercer aislamiento global, allá por el 2210. Tras ese apagón no volvimos a convivir. A vivir sí, que ahora la vida dura doscientos años en el peor de los casos, pero convivir. Zas. Se acabó. 

           Es curioso como la inmensa mayoría de la gente se adaptó a no verse. Diría que alguno hasta se alegró. Hoy, 31 de diciembre del año 2299 cenamos cada uno en su casa bajo la intensa supervisión de El Poder. Ya no hay mesas adornadas en las que sentarse, ni corderos que llenen hornos. ¡Qué poco recuerdo yo de aquella época! Apenas era un niño. 

            Consigo imaginarla gracias a un viejo álbum digital que la abuela me dio de niño. “Nunca dejes de celebrar la Navidad” me dijo mientras deslizaba a escondidas el caduco artilugio bajo mi almohada. Leves reminiscencias pasajeras. Un mesa grande, pequeños aros de madera con platillos de sonido estridente, ruidosos silbatos de plástico y comida, mucha comida. Cuánto bailamos en aquella cena. Al día siguiente se la llevaron.

            Y dejamos de celebrar la Navidad. Zas. Se acabó. 

Hoy, tras bajar con suavidad las persianas de la sala,  Anna K. ha insinuado algo de un foie micuit de estraperlo en los limites de la franja. Le he mirado sorprendido y, en seguida, ha puesto música…

 

Last Christmas, I gave you my heart

But the very next day, you gave it away

This year, to save me from tears

I'll give it to someone special

 

 

—Anna K., quita eso, no sigas por ese camino.— ¿Qué mosca le ha picado?

¡Menuda mañana me ha dado! Yo intentaba cuadrar el menú para uno de esta noche, y ella venga a hablar de nostalgias olvidadas ya por todos. “Nueva lista de la compra, Anna K.: cápsulas de cangrejo con píldoras de marisco, lingote de solomillo, medio cuadrante de turrón de yema y vino en polvo. Lo envías a Amazon Prime Christmas, a ver si puede llegar antes de la comunicación 31/12 de El Poder”. ¡Y se ha negado! Que si turrón, que si cava, que si vino de contrabando, que sí matasuegras, ¡a saber qué es eso!, que si 12 uvas. Dale que te pego, pego que te dale. Le he tenido que recordar, y me ha dolido porque la aprecio, que solo es una IAM y que la función de una Inteligencia Artificial Mejorada no es otra que la de obedecer y complacer, no la de hacerme recordar las últimas navidades en casa de mi abuela. Solo nos faltaba eso. No podemos los humanos permitirles a las IAMs ciertas licencias.

        Aquí estoy, repasando el arcaico artefacto lleno de fotos antiguas mientras escucho el mantra Happy Up de hoy. Nos reíamos mucho, eso sé ve. Éramos más felices. 

—Mira está, Anna K. Mis padres. Qué brillo es sus ojos.— ¿Cómo estarán?, me pregunto mientras trato de recordar la última vez que conecté con ellos. —Anna K. llama a Padre y Madre, a ver si siguen vivos.

—¿Les felicito el año Nuevo? —Qué pesadilla de IAM.

—No Anna K, no. Te comunicas con ambos habitáculos e indagas si están bien, sin más.

Menudo día lleva. Mira la abuela, qué guapa era. Y aquí mis hermanos, tenía tres, ¿qué habrá sido de ellos? Tras el tercer aislamiento pocos volvieron a relacionarse con alguien. Aislarse es nuestra normalidad. Hace años que no existen colegios, ni oficinas, ni comercios, ni hospitales. “SaludTV, buenos días, ¿en qué puedo ayudarle?” Todo sucede a través de la extrared comunitaria. No necesitamos contactos que propaguen enfermedades. Las solitarias calles de las ciudades están tristes y oscuras, pero es mucho mejor así. 

—¿Recuerdas al abuelo, Anna K.? Nunca se repuso tras el porteo de la abuela. Murió dos días después de su ocultación definitiva. Solo ella se permitía el lujo de celebrar la Nochevieja tras el tercer apagón. Y le avisaron, hablaron con ella mil veces, pero ella insistía en que El poder nunca lo prohibió. “Fuimos los humanos quienes sentimos el miedo a tocarnos. Elegimos no enfermar. Nos quedamos con la sana frialdad de las IAMs” 

Y ahora fíjate, yo sin ganas de fiesta y Anna K. hablándome de árboles decorados con lucecitas de colores. ¿Qué demonios le ha pasado?

Qué entusiasmo ponías, yayeta. Con qué amor preparabas una mesa repleta de antigüedades hoy inservibles; platos de porcelana y extraños cubiertos de plata. ¡Y rarísimos vasos de cristal!  Luego, tras la cena, repartías curiosos juguetes predigitales envueltos en papeles de colores chillones. Ay, qué bonito era todo cada 31 de diciembre en tu casa. A la mañana siguiente, todo volvía a la nueva normalidad. Zas. Se acabó.

¿Será verdad que El poder nunca lo prohibió?

—Anna K.— Susurro a duras penas con un enorme nudo en la garganta. 

—Dime, jefe. 

—Consigue ese micuit de estraperlo, marisco, cava, y algún trasto de esos que hacían tanto ruido. ¡Anota vino, mucho vino! Y convoca a Padre y Madre, localiza a mis hermanos y averigua si tengo algún sobrino, algún niño tendrá que ocuparse de alegrar la velada con sus trastadas. Les invitas a venir justo antes de la comunicación 31/12. Enviaremos un Amazon Prime Uber a recogerles. ¡Vamos a volver a celebrar el fin de año! 

Zas. Comenzó.


#cuentosdeNavidad


 

4 comments:

Rosa dijo...

Ese camino llevamos. Qué pena.

RitaPiedrafita dijo...

Pues sí, Rosa.
Con lo divertido que era el texto que hice en Navidad el año pasado, estos días no me sale más que pesimismo. Pero quién sabe si este 2022 nos hace reflexionar

elpedrete dijo...

interesante cuento navideño futurista. yo también participo con un cuento "del futuro". Suerte

RitaPiedrafita dijo...

Gracias Pedrete 😉