La
última vez que hablé con Manuel Vilas comenzamos en privado y acabamos en
público. Fue una charla bonita. Hablamos de literatura, de escritores, de
nuestras lecturas y del amor en la madurez. Hablamos también, esta parte en
público, sobre lo difícil que iba a ser que la pandemia pasase a formar parte
de los libros. Era un terreno resbaladizo. Pero Manuel Vilas se guardaba su as
literario, una vez más, en la manga.
Puede
parecer al leer “Los besos”, su última novela publicada por Editorial Planeta,
que yo conocía su trama cuando guie esa conversación. Fue el azar, lo prometo.
Solo al bajarme de ese escenario, que sabinero me ha quedado, me enteré de que
hablaba del amor maduro, y no supe hasta abrir la novela que la trama
transcurría en el periodo de confinamiento.
Y
vengo hoy aquí, casi de nuevo junto a Manuel Vilas, a hablar de amor, de
confinamiento, de filosofía y de vida.
Los
besos es un libro en el que el escritor abandona la autoficción sin olvidarse
de la prosa poética, sumamente poética, de Ordesa. Dice Vilas que la gente
necesita mucha poesía y él nos la da.
La
trama es sencilla, un profesor retirado, Salvador, que huye de Madrid a un
pueblo para pasar ahí el confinamiento, y se enamora en “siete minutos” de
Montserrat, la dependienta de una de esas bonitas tiendas rurales que lo venden
todo. Ahí, en esa confesión de enamoramiento inmediato, el lector comienza a
entender que Salvador tiene una extraña tendencia a idealizar el amor. No es
Salvador, pese a eso, un personaje que explote al principio al principio de la
trama, no. Salvador evoluciona y mucho. Crece. Muda. Casi se distorsiona a sí
mismo en su ensalzamiento de Montserrat, a quien en tremendo homenaje al
Quijote más sátiro, desdobla en Altisidora. Y tú, que le lees, te quedas
boquiabierta. ¿Qué puede llevar al autor a elegir a Altisidora y no a la dulce
Dulcinea? La maestría narrativa. Porque
precisamente ese buscado desdoble de la protagonista femenina refuerza la
personalidad quijotesca de nuestro protagonista.
La
realidad se muestra mezclada con el embellecimiento desmesurado del amor. Y la
locura del caballero andante se exterioriza en un Salvador lleno de dudas, donde
los molinos de viento no son gigantes sino la cotidianidad de un día a día que
cambió drásticamente. Un quijote que ansía a la vez que teme un amor en la
madurez con demasiados tintes de juventud.
Para
reforzar esta locura quijotesca, rescata el autor con acierto a Rafael, ese
compañero de residencia universitaria que cuando ambos rondaban los veinte años
filosofaba ya sobre la vida. Un anticipado alter ego de lo que Salvador será.
Nos
regala Vilas un juego narrativo de personajes, de estructura, con idas y
venidas de la juventud a la madurez, de vivencias presentes, pasadas y hasta
futuras. Todo ello aderezado con la valentía de quién domina las letras y se
arriesga. Es difícil hablar del amor en medio del confinamiento. Es muy difícil.
Lo tenemos todos muy presente. Y aún así… Una no ve el confinamiento o la
pandemia como algo terrible dentro de esta novela. Porque esta narrada desde la
esperanza de tal manera que escoges la ilusión mientras aparcas el virus.
Podría
reseñar esta novela desde las reflexiones que el escritor hace. Lápiz y post-it.
Y relecturas. Y una vez leído, lo abres de nuevo, como en Ordesa, por alguna
página y lees esa poesía que tanta falta nos hace disfrazada de prosa.
No
tengo que decir que me gusta mucho Manuel Vilas como autor, eso ya lo sabéis. Sí
os diré que “Los besos” tiene algo que me ha hecho amar la lectura más si cabe.
Una fina ironía que queda suspendida entre los párrafos y te arranca más de una
carcajada. Porque Vilas, siempre crítico en sus escritos, no se olvida de los
políticos o del rey. Y una agradece que en una historia de amor romántico como
es esta, haya mucho más que amor. Historias laterales que complementan, en este
caso si llegar a solaparse, la trama central.
Un
libro no es literatura hasta que explota algo dentro de quien lo lee,
me dijo Manuel Vilas aquel día. Yo le digo hoy, querido Manuel. Has hecho
literatura.
1 comments:
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