Es curioso como tras cerrar este libro le di muchísimas vueltas a la foto de su portada. Es tan curioso como bonito, porque pensar en ella aportó muchas cosas positivas a la lectura de Los ojos cerrados, la última novela de Edurne Portela.

            La portada de este libro nos muestra una fotografía de un ojo, curiosamente abierto entre espinos de alambrada. Parece suplicar al lector, incluso antes de leer, que no cierre los ojos. La esencia del libro definida en una foto. La maravillosa contradicción como complemento ideal de lectura.

            Quizá esa contradicción defina el texto. Un libro sobre la guerra civil que no nombra la guerra. Silencios y personajes que se muestran de manera sutil en una narración conformada a base de un ensamble de secuencias que nos cuentan la historia haciéndola evolucionar párrafo a párrafo. Un tiempo narrativo que salta y retrocede con agilidad. Sin frenar la lectura. Sin pérdidas de ritmo. Portela interrumpe de manera voluntaria la trama continuamente para retomarla de nuevo en capítulos posteriores en un continuo juego descriptivo que mantiene en vilo a quien lee.

            Adriana, que huye a la España vacía, Pedro que sobrevive en ella y nos hace de protagonista y cronista al mismo tiempo. Dos narradores usa la autora; uno, el omnisciente, introduce, cuenta, detalla hechos de un antes y un ahora. El otro, Pedro, intercala vivencias en primera persona aportando un punto de vista desgarrador y complementa actos ahí donde otros no llegan. Un baile de actores para un escenario único, el desorden que deja la guerra.

 

“Federico piensa que ya ha visto bastante. Ha visto el cuerpo de un niño de la edad de su hermano José destrozado por una bomba, ha visto una mujer con un bebé muerto enganchado a su pecho, ha visto salir por un agujero de bala la masa encefálica de su amigo más querido, ha visto una pila de cuerpos vestidos con ropa de jornaleros yacer en una fosa que nadie encontrará, ha visto un grupo de hombres con su mismo uniforme cagarse, mearse y hasta masturbarse sobre el cuerpo de otro hombre desnudo, ha visto la cabeza reventada culetazos del soldado enemigo, el único de sus muertos al que ha tenido que mirar a los ojos. Ni quiere ver más, Federico.”

            Y pese a todo esto que os cuento, pese a la crueldad que pueda inspirar mis palabras, la obra de Edurne Portela es un grito a la esperanza. Es una alabanza de las relaciones humanas. Es un canto al amor. Ahí se esconde la grandeza de este libro. En narrar la desazón desde el sosiego, la tristeza desde la futura alegría, el dolor desde la calma.

            Era la primera vez que leía a Portela y no dudo al afirmar que lo volveré a hacer. Porque es una escritora a la que todos debemos seguir de cerca.

“Cuando le despiertan los aullidos de la madre tarda un rato en abrir los ojos porque así, con los ojos cerrados, se imagina que es él quien está ahí abajo con ella, no su padre, y que él si es capaz de rescatarla: la agarra fuerte por debajo de las nalgas y la aupa para que pueda salir de ese agujero oscuro.”

*La foto de portada usada en "Los ojos cerrados" pertenece al fotógrafo estadounidense Daniel Paashaus, según explicó la autora tras el interés de los lectores por la misma. “Se titula Katabasis y es una exploración sobre la vida y la muerte inspirada en narrativas mitológicas. Es bella e inquietante, como todo lo de Paashaus. Para su realización utilizó naturaleza muerta, naturaleza viva y su propio cuerpo.

Para la mayoría de la obra usa su propio cuerpo, al que somete a extremos porque el proceso de creación es tan importante como el resultado final. Ese ojo encarrado en espino es su propio ojo.”

Y esto me lleva a recomendar otra lectura: “Intento de escapada” de Miguel Ángel Hernández, una obra inteligente que cuestiona dónde está el límite dentro del arte. Pero eso será otra reseña. Otro día.