Es tarea difícil, no  piensen lo contrario ustedes, queridos lectores, encontrar un libro que maride de forma perfecta con un vino. A veces el secreto del hallazgo está en el título, Pálida luz de las colinas evoca aromas de vino blanco. Pálida la luz como pálido el amarillo que emana el Chardonay. 

Otras, este maridaje perfecto que siempre busco nos los da la vendimia tardía provocada por una primavera lluviosa, que, en contra de lo previsto, mejora la añada. Primaveras lluviosas son la metáfora perfecta para la obra de este autor, Kazuo Ishiguro, que fascina a sus lectores con historias cargada de sentimiento intentando abrirse paso entre tanto dolor. Pasado y futuro se compensan en una balanza que duda hacia qué lado inclinarse, como si el escritor, observando desde fuera su obra, compensarse continuamente el contenido de la misma. 

Esta vez, yo confieso, la unión perfecta para un septiembre cargado de lluvia, y no hablo de meteorología sino de estados de ánimo, ha sido su nota de cata. ¿Será que el vino del Somontano y la lectura son piezas de un puzzle que, como palabras en las novelas de Ishiguro, están destinadas a encajar?

 

Aroma complejo y exuberante en el que se funden el carácter varietal (avellana, pan tostado) con notas de fruta tropical (piña y pomelo) y con los toques ahumados aportados por la crianza en barrica. Su boca es densa y cremosa, de amplio desarrollo y fresca acidez que evoluciona hacia un final extraordinariamente largo y equilibrado en el que reaparecen finos matices tostados.





 

Es el aroma de este libro complejo y exuberante, como el Enate Chardonay. Una historia que parte de un suicidio casi sin darle  la debida importancia al hecho en sí, pero que marcará  la pista a seguir. Son complejos sus personajes, dotados de una psicología tan profundamente creada que el lector se reconoce en esos miedos, en esas dudas, en esos altibajos vividos. 

Etsuko, la protagonista de este libro, va y viene en el tiempo y, partiendo del suicidio de su hija, nos relata la curiosa relación con Sachiko y, sobre todo, con la hija de su nueva y peculiar amiga. Es esta relación la que imprime el carácter de una obra densa y cremosacon un amplio desarrollo literario y fresca acidez que evoluciona hacia un final extraordinariamente largo. 

Y es que la maestría con la que Kazuo Ishiguro combina elementos hace que el lector valore más la obra cuando cierra el libro, con ese regusto que dejan en boca los buenos vinos. 

Perfecto bouquet de sensaciones guardadas en barrica que hacen patente, y ahora hablo tanto del libro como del vino, la relevancia de un impecable trabajo. 

 

«No hay buenas historias ni malas historias—decía Ishiguro—sino historias bien o mal contadas» 

           Contemos bien nuestra historia mientras saboreamos una copa  de Enate Chardonay fermentado en barrica.