Fuente de la foto: autor.
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Una nunca espera que un poeta escriba con frase larga. Quizá este hecho fue lo que más me atrajo al comenzar la lectura del título que hoy reseño. Novela corta y poeta presupone frase corta, prosa poética, y Álvaro García no me ofrece, y lo agradezco, nada de eso.
Un libro, sea bueno o malo, debe capturar al lector desde el principio y
esas frases extremadamente largas de la novela ganadora de LXI premio Novela Corta Ciudad de Barbastro sin duda lo hacen. Te capta, te secuestra, te atrapa… Esas
oraciones extensas tienen que tener su razón de ser, y tú, curiosa por defecto,
tienes que descubrirla.
Ay, García, que puso en Daniela la complejidad de la
narración. Daniela es compleja (como las frases eternas), es inestable, enmarañada.
Es joven y viuda. Es un cumulo de contrariedades, ella, que antepone el amor a
todo sin querer hacerlo. Ella, que busca en un científico, que es narrador,
protagonista y sufridor de esta trama, a un marido ya muerto. Su marido no está. El
tenista argentino murió. Daniela juega con un novio presente al marido muerto
mientras el autor juega con el lector, con los protagonistas, con los
escenarios, con las palabras. Y lo hace con inteligencia.
Nos lleva el autor a un mundo de dualidad en la que el
parecido físico se alía con la locura contribuyendo a crear una atmosfera
densa, inestable, sobrecogedora y con un toque aterrador. Y extiende Álvaro García la duplicidad hasta
el límite, introduciendo en su relato a Finladia, hermana gemela de Daniela, idéntica
y opuesta al mismo tiempo. Finlandia, la del marido vivo pero ausente, Daniela,
la del marido muerto pero presente. Y cambia la forma narrativa, la novela se
hace ligera, como la propia Finlandia, que echa suavemente a un lado a su
hermana apoderándose del contenido. De repente estás leyendo un texto mucho más
ágil creada a con frases más cortas. Estás transformándote en Finlandia, más
fresca, más directa, menos compleja que su hermana. Finlandia atrae como un
imán a un protagonista que investiga como dominar las emociones humanas sin
saber qué hacer con las suyas. Es contrapunto. Un contraste necesario para dar
un respiro al lector, tras un principio que le deja sin aliento.
Podía el autor dejar aquí, en este equilibrio desequilibrado,
la balanza. Pero me temo que García es más de inclinar la misma hacia los
extremos, narrando de la misma manera que viven sus personajes, tan humanos,
tan reales, tan inestables, e introduce a Marta, nuevamente dibujada físicamente
parecida a las gemelas, la que aporta
juventud a la mediana edad pero se olvida, quizá, del amor.
“Finlandia y yo nos sentíamos unidos. Marta y yo nos sentíamos únicos.”
Este es el juego, sea set o partido, que nos propone
Álvaro, que lleva la literatura a un campo de tierra de un club abandonado para
proponernos hurgar en la herida, sin saña, solamente para intentar limpiarla, para
desinfectarla sabiendo que ahí quedará cicatriz y que hay que saber convivir
con tus propias heridas.
Hay placer en la lectura y leer a Álvaro García y su “Tenista
argentino” es placer, con dolor, pero placer al fin de cuentas. Apostemos por
las obras que llegan más lejos. Arriesguemos con frases largas, con dobles, o
con saques arriesgados. En esta pista de tenis hay dos jugadores, el autor y el
lector, y esta vez Álvaro García ha hecho punto, set y partido ganando una lectora que espera ya su próxima obra. Ojalá enfrentarme de nuevo a un
juego con este novelista tardío que puso en el título a un protagonista que
estaba muerto antes de comenzar a escribirla. Sí eso no es maestría…
"Ha habido un momento en el que he empezado a ser yo. ¿Tú quieres que sea yo?"
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