Gracias David, por escribir.
Todo lector que se acerque a la obra de David Vicente sale dañado. Como decía Kafka: “Un libro debe ser el hacha que rompa el mar helado dentro de nosotros”. Y David Vicente rompe, ¡vaya qué si rompe! Nadie sale ileso de sus libros.
Rompe desde el principio. Una niña cuarteada rehuye nuestra mirada en la portada en grises y amarillos de La puta y la niña que soñaron Berlín. Lleva en la mano una muñeca que es parte indispensable, un personaje más, de esta obra.
Primera página y ¡zas!, ya te ha arrebatado algo. Ha removido tus entrañas de tal forma que entiendes que, una vez más, debes leer a este escritor muy despacio mientras buscas lo que no te cuenta. Y es que Vicente tiene un don para narrar la desesperación haciéndole un agujerito por el que entra un difuso rayo de luz.
La puta y la niña que soñaron Berlín, editado por Bala Perdida, es la historia de una niña que necesita una madre y de una no madre que se aferra a una hija que no es suya.
Dos infancias marcadas por el miedo, el deseo de y sentimientos encontrados que se van acercando hasta cruzarse en una sola línea, la raya blanca de la carretera que les permite su huida hacia Berlín.
La puta y la niña, subidas en una autocaravana, escapan de una vida impuesta, no deseaba, rota por los deseos de otros, cuarteada, como la portada. Y a partir de aquí el libro es una película. Una road movie que provoca un visionado lector. Escenas y gestos pasan en la pantalla irreal de la literatura gracias a un estilo breve y eficaz de David Vicente. Y ahí sale el don de David para contar. Frase corta, contundente y dura que narra más de lo que hay. Mucho más. Palabras que cuentan la visión infantil de un adulto y la visión adulta de una niña, que evocan desazón, abandono, soledad. Palabras, en definitiva, que denuncian algo que, por desgracia, nos rodea.
Lidia, a la que la vida le ha arrastrado a la prostitución necesita un clavo al que asirse para poder escapar de sí misma. Aitana, con un padre que la sume en el abandono necesita otro. Un clavo saca a otro clavo. Y eso hacen. Ayudarse en forma de huida.
El lector huye, casi en pantalla cinematográfica, con ellas en continuo flash black mientras recompone el qué, el cómo y el cuando de esta trama. Y anhela ver ahí al fondo el skyline de Berlín.
Leer a David Vicente es sentir pasión por la literatura, es esperar una nueva obra, es amar la lectura, porque este autor no solo turba al lector explorando sus sino que transmite algo mucho más importante, su pasión por las letras.
La puta y la niña que soñaron Berlín duele como debe doler toda gran obra.
Gracias David, por escribir.
«Me encanta el olor a limón. Me recuerda a un hogar que no estoy segura de haber tenido»
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