Me cuesta mucho hablar de aquellos libros que me sobrepasan, que me capturan, que me atan a ellos de por vida. Me cuesta mucho hablar de ellos porque hay libros que no tienen, para mí, reseña posible.



La reseña sería recomendar a todo el mundo que los leyera. Sin más. Sin menos.
“¿Conoces El infinito en un junco de Irene Vallejo? No. Leelo.”
Pero claro, una puede quedar de recomendadora comodona y no es esa la idea.
El infinito en un junco fue la mejor obra que leí en 2019. Yo ya había leído a la autora en su maravilloso “El silbido del arquero de Editorial Contraseña. Yo ya había sido incapaz de reseñarlo. Pero el infinito superó con creces unas expectativas que sobrevolaban mi mundo lector.

La lectura de este ensayo, que no se lee como un ensayo sino casi como un libro de viajes “infinitos”, cambió mi forma de ver un género que hasta ahora tenía ligeramente abandonado.
Viajas en estas páginas. Viajas por la historia del libro y eso, como lectora, te cala hasta los huesos. Descubres cómo empezó todo, paseas por la Biblioteca de Alejandría, recorres caminos difíciles para conseguir pergaminos. Devoras, en definitiva, páginas una vez más. Viajas a tu infancia, porque Irene Vallejo es una cuentista que se sienta a los pies de tu cama mientras te narra ese cuento que mamá contó, mientras hace que recuerdes la casita del parque repleta de cuentos, mientras llena tu mente de un pasado cercano, muy cercano, en el que lo libros están por el suelo, desordenados o no, en las baldas de tu biblioteca preferida, en definitiva, en tu vida.

Porque si los libros son una parte más de tu cuerpo, sí tu brazo no acaba en la mano sino en el libro, si tus ojos no tiende a mirar más allá de 50 cm porque prefieren detenerse en las palabras, “El infinito en un junco” va a ser tu nueva obra favorita. Tu top. Tu descubrimiento del año. Del siglo.

Fascina de esta narradora nata, (escucharla es pura delicia), la sabiduría insultante que tiene pese a su juventud, pero fascina aún más cómo sabe transmitir ese profundo conocimiento, que surge sin duda de su pasión hacia el mundo antiguo, de manera que tú, yo, o cualquiera que se acerque a conocerla, nos quedemos enganchados a su prosa, a su verso, a su verbo.

Necesitan nuestras letras muchas "Irenes Vallejos" que nos hagan apreciar nuevas experiencias lectoras. Necesitan nuestras letras obras clásicas escritas hoy. Necesitan editoriales como Siruela que se arriesgan a ofrecer textos diferentes para los que leemos cosas diferentes.

Arriesgó, sin duda, Vallejo en este tomo, y ganó. Ya van seis ediciones y las que quedan, porque si lo lees lo regalas, lo recomiendas y lo vuelves a leer.
Nos dice la autora en estas páginas:

“He crecido, pero sigo manteniendo una relación muy narcisista con los libros. Cuando un relato me invade, cuando su lluvia de palabras cala en mí, cuando comprendo de forma casi dolorosa lo que cuenta, cuando tengo la seguridad—íntima, solitaria — de que su autor ha cambiado mi vida, vuelvo a creer que yo, especialmente yo, soy la lectora aquí en ese libro andaba buscando“

Y yo, he comprendido de forma casi dolorosa lo que cuenta…

Esta vez no puedes dudar. Lee este “Infinito en un junco”, es casi una orden.