INSTRUCCIONES PARA DAR CUERDA AL
RELOJ
Allá en el fondo está la muerte, pero no tenga miedo. Sujete el reloj con
una mano, tome con dos dedos la llave de la cuerda, remóntela suavemente.
Ahora se abre otro plazo, los árboles despliegan sus hojas, las barcas corren
regatas, el tiempo como un abanico se va llenando de sí mismo y de él
brotan el aire, las brisas de la tierra, la sombra de una mujer, el perfume del
pan.
¿Qué más quiere, qué más quiere? Átelo pronto a su muñeca, déjelo
latir en libertad, imítelo anhelante. El miedo herrumbra las áncoras, cada
cosa que pudo alcanzarse y fue olvidada va corroyendo las venas del reloj,
gangrenando la fría sangre de sus pequeños rubíes. Y allá en el fondo está la
muerte si no corremos y llegamos antes y comprendemos que ya no
importa.


CONDUCTA EN LOS VELORIOS
No vamos por el anís, ni porque hay que ir. Ya se habrá sospechado:
vamos porque no podemos soportar las formas más solapadas de la
hipocresía. Mi prima segunda la mayor se encarga de cerciorarse de la
índole del duelo, y si es de verdad, si se llora porque llorar es lo único que
les queda a esos hombres y a esas mujeres entre el olor a nardos y a café,
entonces nos quedamos en casa y los acompañamos desde lejos. A lo sumo
mi madre va un rato y saluda en nombre de la familia; no nos gusta
interponer insolentemente nuestra vida ajena a ese diálogo con la sombra.



FIN DEL MUNDO DEL FIN
Como los escribas continuarán, los pocos lectores que en el mundo
había van a cambiar de oficio y se pondrán también de escribas. Cada vez
más los países serán de escribas y de fábricas de papel y tinta, los escribas
de día y las máquinas de noche para imprimir el trabajo de los escribas.
Primero las bibliotecas desbordarán de las casas; entonces las
municipalidades deciden (ya estamos en la cosa) sacrificar los terrenos de
juegos infantiles para ampliar las bibliotecas. Después ceden los teatros, las
maternidades, los mataderos, las cantinas, los hospitales. Los pobres
aprovechan los libros como ladrillos, los pegan con cemento y hacen
paredes de libros y viven en cabañas de libros. Entonces pasa que los libros
rebasan las ciudades y entran en los campos, van aplastando los trigales y
los campos de girasol, apenas si la dirección de vialidad consigue que las
rutas queden despejadas entre dos altísimas paredes de libros