Hay que leer Confesiones de un hombre raquítico despacito. Yo no lo hice, confieso. Lo leí en dos tres días. La primera vez. Ahora lo estoy leyendo sin prisa. Dejándolo en mi mesita de noche y absorbiendo las palabras de Masa poco a poco. Ahora, en la segunda lectura, permanezco alerta a lo que siento. A lo que hace apenas unos días sentí.

Porque la primera vez que leí a Masa sentí. Sentí mucho.
La primera vez, escribo, y no, que yo ya leía retazos de este chico en la red que me decían que sí, que algo había.
Fue un poema suyo el que me hizo comprar el libro. Uno de esos poemas que “vomita” en la red. No fue una recomendación ni un “ay que locura más dulce tiene”,  fue la lectura de este poema:

Daría cuantos brazos hicieran falta
por una caricia venida de ti
hacia mis hombros
que sólo sujetan cuevas,
que fallecen en la temeridad
de vivir en su acabado.
Daría una cabeza
que anda por el suelo del salón
y con la que a veces practico fútbol
haciéndola rebotar en las paredes de esta casa.
Por un suspiro tuyo
que ya vino
volvería, no obstante, a mi suicidio
que nunca es más definitivo que prometeico,
que viaja solo

en una nube preñada de aliados que no existen.

Y yo, que en la cosa literaria actúo por puro impulso, me hice con un ejemplar del título que más me llamó la atención, Confesiones de un hombre raquítico.




Estas memorias, que en realidad son un diario, nos cuentan en primera persona el abismo al que el protagonista se ve abocado cuando su mujer  huye a encontrarse a sí misma a París.
Ella, que en la novela se escribe continuamente con mayúscula dejando al lector sin saber si Ella es Ana, o María, o Adela. Ella que no tiene nombre; el resto de personajes, sí. Y es esta repentina ausencia la excusa del autor para enlazar microrealidades una tras otra. Realidades de esas que uno vive cada día. Aunque a veces no lo sepamos.

Este narrador, que va y viene en el espacio y en el tiempo, empapa al lector de reflexiones. Reflexiones sobre la vida y la muerte, sobre el amor, sobre la obsesión. Cavilaciones breves que el autor parece regalar a quien le quiera leer, y quien le quiere leer, subraya, haciendo suyos hechos ajenos. Y en medio de ese bailes de idas y venidas, de frases y palabras sueltas, alusiones literarias camufladas… Colección de momentos, metamorfosis…

He adivinado en la obra de Masa una gran novela. Llena de pinceladas que te llevan más lejos, si te atreves a avanzar más allá de las palabras del que escribe: La primavera, que solamente es posible con ella y al final sin ella llega. Un techo, cambiante,  cochambroso, a punto de hundirse, encarnando el estado físico y psíquico de nuestro narrador. Una chica, alocada y libre, con su vida y con su muerte, que sí, ella sí tiene nombre propio, Rosa. Esa chica que es el futuro posible, pero a la que en esta novela no se le da su oportunidad. Marco, un bebe que alivia momentáneamente al protagonista de su podredumbre.

Alberto Masa escribe oprimiendo, quizá porque así se siente, quizá porque sabe manejar la palabra y los tiempos. Oprime despacio, sin apretar. Reiterando puntos en los que capta tu atención: un loro, las continuas llamadas, medio tripi…
Hay mil vericuetos dentro de estas páginas, y seguramente yo habré encontrado uno de ellos(o dos, o tres, o más) y tú encuentres otros.

Adelante, lector. Adéntrate en estas memorias y saca tus propias conclusiones. Hazlo tú solo. Porque esta reseña no es para ti, ni para aquel que me lee cada día. Esta reseña es para Él, esta reseña es para mí.

Si la lectura es subrayar, es sentir y anotar vivencias ajenas para hacerlas tuyas… Si eso es lectura, Alberto Masa es lectura.

“En mis manuscritos no hay buenos ni malos. Todos son infinitas partes de un cuerpo que se definen en mi yo, que se disuelven en el que tiran de mí hasta ser yo también un juguete en manos del juguete de mis manuscritos. “

(Alberto Masa)